lunes, 28 de mayo de 2007

Lidia M. Fernández Cap. 1 y 2

FERNANDEZ, Lidia M. (2.001) El análisis Institucional en la escuela, Notas Teóricas. Ed. Paidos, Argentina Cap. 1 y 2
CAPÍTULO 1
El concepto de institución
La literatura especializada nos acerca diferentes significaciones del término "ins­titución". Las diferencias llegan a ser tales que muchos autores proponen abandonar el vocablo acusándolo de provocar confusión y sembrar ambigüedad.
A pesar de esta propuesta y tal vez por la conciencia de que un término no es res­ponsable de la ambigüedad que deriva de un fenómeno complejo y poco conocido, el término se sigue usando y los que deseamos incursionar en los avances de este campo debemos disponernos a lidiar con él.
En gran cantidad de obras -y en verdad en su sentido clásico- el término se uti­liza para aludir a ciertas normas que expresan valores altamente "protegidos" en una realidad social determinada. En general tienen que ver con comportamientos que llegan a formalizarse en leyes escritas o tienen muy fuerte vigencia en la vida cotidiana.
La familia, el matrimonio, el intercambio, la propiedad privada, la propiedad co­lectiva, la paternidad, el tabú del incesto son, en este sentido, instituciones.
"Institución" se utiliza entonces como sinónimo de regularidad social, aludiendo a normas y leyes que representan valores sociales y pautan el comportamiento de los individuos y los grupos, fijando sus límites.
En este sentido, son instituciones la norma constitucional que establece la liber­tad y el derecho de enseñar y aprender; los programas vigentes; la ley de escolaridad primaria obligatoria; la norma pedagógica que define los requisitos de promoción de un alumnado; la norma social por la cual en una población rural el director de la es­cuela local forma parte del grupo de notables cuyo juicio marca dirección en las accio­nes de interés comunitario; aquella otra norma no escrita por la cual el turno tarde de las escuelas opera como "recolector" de fracasos escolares "constatados" (los repe­tidores) y de aquellos destinados al fracaso por cualquiera de las características que una comunidad "fija" sin decirlo, como impedimento para el éxito escolar; o aquella otra por la cual "se sabe" que los directivos varones tienen mayor predicamento y son más eficientes que las mujeres cuando de adolescentes se trata...
Alrededor de estas normas-instituciones se genera habitualmente una cantidad importante de producción cultural que las explica y fundamenta.
Obviamente la penetración y la influencia de estas instituciones en la vida de los individuos y los grupos varían según el tipo de institución y según la ubicación del sujeto respecto de ellas. Es sabido que aun instituciones universales para un grupo social pueden soportar "desviantes" si éstos cumplen determinadas condiciones, así como también es sabido que hay sujetos sociales a los que "no se perdona" el incum­plimiento de ninguna norma.
En este sentido cabe recordar que el individuo actúa siempre dentro de grupos y organizaciones y que ellas sufren el efecto de dos tipos de regulaciones. Unas provie­nen de instituciones externas vigentes en el sistema mayor y entran en el grupo o la organización moldeando sus condiciones de realidad. Otras provienen de institucio­nes internas resultantes de acuerdos consolidados en la vida cotidiana y pueden mo­dificar el modo en que operan las instituciones externas dentro del grupo u organiza­ción, o aun salir de sus límites provocando modificaciones en su versión general.
En otra cantidad de obras el término "institución" se reserva para hacer referen­cia a organizaciones concretas -una escuela, una fábrica, un hospital- en las que se cumplen ciertas funciones especializadas con el propósito de concretar las acciones-valores aludidos con la acepción anterior del término.
"Institución" se utiliza entonces como sinónimo de establecimiento y alude a una organización con función especializada que cuenta con un espacio propio y un conjun­to de personas responsables del cumplimiento de determinadas tareas reguladas por diferentes sistemas.
En cierto sentido cada tipo de establecimiento configura el momento particular de una norma universal. Así un club, una iglesia, una empresa, son concreciones parti­culares de la organización del ocio, la religión, la producción como instituciones uni­versales.
Avancemos más.
La investigación y la práctica han ido paulatinamente demostrando que el hecho de pertenecer a un tipo de institución particular -ser todos hospitales, por ejemplo-no hace al establecimiento idéntico al resto.
Los grupos humanos que conforman la comunidad de un establecimiento hacen una versión singular de los modelos y las normas generales. Para lograrlo, utilizan como "materia prima" las instituciones en sus modelos universales, pero los transfor­man a través de un proceso en el que van imprimiendo significaciones, símbolos, nor­mas y valores provenientes de su historia institucional y del modo en que responden a sus condiciones objetivas y cómo éstas los afectan.
El "descubrimiento" de la idiosincrasia de cada establecimiento es reciente y aún resistido. Tendemos a explicar nuestras características y dificultades por el tipo de institución al que pertenece la organización en la que trabajamos, y dejamos oculte así el grado en el que como individuos y miembros de grupos incidimos en ellas.
El intento de discriminar variables relacionadas con la "unicidad" de cada establecimiento institucional es reciente y resulta muy resistido por todas las tendencias -fuertes en la historia de nuestro país y nuestra educación-, que ven en la homogeneización de las acciones el único modo de "lidiar" con una realidad compleja que parece escapar a nuestro control.
Un tercer sentido liga el término "institución" con los significados y alude con él a la existencia de un mundo simbólico en parte consciente, en parte de acción incons­ciente, en el que el sujeto humano "encuentra" orientación para entender y descodificar la realidad social.
Estos significados están adscritos a diferentes aspectos de la realidad como efecto o como parte de las racionalizaciones que encubren total o parcialmente ciertas con­diciones sociales o ponen orden a las relaciones del hombre con la naturaleza y con los otros hombres.
La resistencia de estas significaciones a los intentos de modificación, su fuerza e importancia parece relacionarse, por lo menos en parte, con la índole del material eon que se elaboran y por el refuerzo que reciben de la amplitud del consenso que las avala.
Con respecto al primer aspecto, parece haber suficiente evidencia para suponer que "anclan" o se apoyan en material proveniente de imágenes, fantasías y conflic­tos experimentados en etapas muy tempranas. En ellas, el bebé humano, indefenso y extremadamente dependiente, está sometido a emociones, ansiedades y temores de una intensidad que sólo conoce el adulto en situaciones límites. Aun cuando la madu­ración y el desarrollo permiten un mejor manejo de los estímulos, estas primeras ex­periencias permanecen como "molde" al que la experiencia parece recurrir en circuns­tancias especiales.
Cabe preguntarse por qué las instituciones sociales podrían movilizar estas ex­periencias hasta el punto de hacerlas actuales y disponibles para asociarse con los significados que a través de ellas procuran ser cristalizados. La respuesta no es dificil si advertimos que estas instituciones son las que, al marcar lo permitido y lo prohibido, muestran al individuo el poder y la autoridad de lo social, el riesgo y la amenaza implícita en la trasgresión, el beneficio y el reconocimiento de la obedien­cia.
Frente a "lo social" en todo su poder, el individuo se experimenta tan indefenso • como un niño pequeño frente a la amenaza de abandono de sus padres o como un pri­mitivo ante las fuerzas desatadas de la naturaleza. El rechazo, el ostracismo, la pu-•kión que el grupo, la sociedad o el poder constituido pueden infligir al individuo son rían dolorosos y temidos que no es raro que evoquen aquellas experiencias primarias e temor e indefensión.
El convencimiento de la impotencia frente a una discriminación injusta; el pánico í ante la exposición a que se ve sometido en un examen; la sensación de peligro que i puede provocar la mera presencia de un supervisor; la sensación de "estar a resguardo" que despierta la aprobación de alguien investido de autoridad, pueden utilizar como impronta sensaciones y fantasías antiguas elaboradas frente a las primeras figuras "poderosas" de las que se dependía y pueden, además, ser reforzadas por un consenso social a través del cual las instituciones (entendidas aquí como significa dos) dirigen el comportamiento de los individuos hacia la aceptación de, por ejemplo, ciertos modelos de autoridad.
Los distintos autores definen estas significaciones como una dimensión que el su­jeto hace suya a través de los procesos de socialización temprana, y luego completa y consolida en los de socialización profesional y política.
Sin embargo, es necesario señalar que si bien las instituciones en su aspecto de lo institucional, lo instituido, configuran la trama de sostén de la vida social y el andarivel por el que transcurre el crecimiento de los individuos, inevitablemente se "topan", se confrontan y entran en "lucha" con los desvíos que conforman el cuestionamiento y la posibilidad de concreción de lo instituyente.
A lo largo de los apartados y los capítulos que siguen, la polisemia del término se irá perfilando con mayor nitidez. Al mismo tiempo podremos ver con mayor claridad la complejidad de los fenómenos a los que alude.
En este punto basta que fijemos la atención en que la vida social en todas sus manifestaciones -el individuo, los grupos, las organizaciones, las comunidades-, está atravesada por instituciones que expresan los sentidos con que una cultura determi­nada codifica las relaciones de los hombres entre sí y con la realidad natural y social.

CAPITULO 2
Lo institucional en el comportamiento

La vieja polémica entre lo constitucional y lo adquirido subsiste en las Ciencias Sociales cuando se trata de definir y comprender la relación hombre-sociedad.
No obstante y a pesar de los últimos avances de la biología, que muestran rela­ciones insospechadas entre los niveles de integración físico-químicos y los niveles psicológico-sociales del comportamiento, existe consenso en algunas premisas cen­trales.
Cualquiera que sea la vinculación que las características constitucionales tienen con los rasgos propios de la personalidad humana, éstos surgen y se desarrollan en el interjuego social. Más aún, las formas más complejas de nuestros comportamientos, aquellas que tienen que ver con la individuación (conciencia y conocimiento de sí), se estructuran a partir de la internalización de lo social.
Se reconoce, aunque se explica de diversas formas según la corriente psicológica de referencia, que el aprendizaje estimulado por instituciones primarias (sobre todo las de crianza) y aquel realizado en contacto con instituciones secundarias es respon­sable central de la evaluación del individuo desde un primitivo centro de regulación impulsiva hasta una personalidad compleja.
La consideración de lo institucional como dimensión constitutiva del comporta­miento nos lleva a interrogarnos acerca de los procesos a través de los cuales estos rasgos, que no están presentes en el momento del nacimiento, alcanzan los grados de complejidad de la personalidad adulta.
En general encontramos dos tipos de respuesta a este interrogante.
La respuesta sociológica, que centra el análisis en la descripción de los procesos por los cuales el sujeto humano va incorporando puntos de referencia internos para estructurar su percepción del mundo —y en consecuencia, su acción— de acuerdo con las pautas y los valores de su grupo.
Los conceptos de imitación, sugestión, contagio, largamente utilizados como he­rramientas explicativas en el siglo XIX, han dado lugar (aunque aún subsisten en formas reordenadas de pensamiento a las que la etología provee de datos de interés, por ejemplo) a otros elaborados centralmente con la inclusión de los aportes de la psi­cología social -a partir de los estudios de Mead- y el psicoanálisis (Filloux, 1964).
Entre ellos los más importantes son los de identificación y transferencia como conceptos que aluden a los procesos básicos que posibilitan la incorporación de lo social, y los de participación, valencia, resonancia, que permiten desentrañar los posibles mecanismos a través de los cuales es posible un tipo de comunicación primaria (antes y más allá de las palabras) que configuraría el basamento de la interacción social.
Este segundo conjunto de conceptos es de estructuración y presencia más reciente (década del '60) y enriquece ampliamente la posibilidad del análisis.
Desde los primeros conceptos citados más arriba, el proceso habitualmente llamado "de socialización" se define como un encadenamiento de identificaciones (primarias y secundarias) que constituyen en el individuo núcleos organizadores del comporta­miento. Los más importantes serían -dentro de la terminología psicoanalítica-el superyó, que constituye un centro de regulación normativa interiorizada, fuerte­mente controladora y opera como conciencia social, y el yo ideal, que vincula los deseos del sujeto con aspectos sociales permitidos y opera a través de los niveles de aspiración.
Sin embargo -aun cuando yo ideal y superyó hayan adquirido un status concep­tual relevante en la explicación de los procesos de socialización- otros son de real in­terés.
La idea acerca de la existencia de dos mecanismos de identificación primitiva (presentes en el bebé normal desde el momento de nacer) que actúan según el mol­de de los intercambios biológicos (la proyectiva y la introyectiva), ha permitido estructurar la tesis acerca de la existencia de una realidad interna constituida por objetos representados. Esto significa suponer que las relaciones con "otros signifi­cativos" dan lugar a la constitución de objetos internos de operación inconsciente a través de imágenes.
Tanto las identificaciones primarias como el conjunto de imágenes que expresan el mundo interno del sujeto (estructurado en etapas tempranas) funcionan como prin­cipios reguladores de la evolución posterior. De hecho, el sujeto selecciona, según esta regulación, aquello que percibe y permite entrar en su experiencia.
En ambos casos los conceptos refieren a un mismo tipo de hecho. El juego de iden­tificaciones permitiría la constitución paulatina de objetos internos. Constituidos és­tos, operan como selectores del curso de la experiencia.
El segundo tipo de conceptos (participación, valencia, resonancia) permite dar cuen­ta de un nivel de relación social primaria, que no requiere del lenguaje y que induce experiencia. Posibilita considerar la influencia de lo social desde las primerísimas si­tuaciones de interacción (algunos las ubican en la vida intrauterina). En ellas se po­dría dar un tipo de intercambio de material inconsciente proveniente de identifica­ciones primarias y objetos internos del adulto en contacto con el bebé que explicarían la aparición de rasgos de comportamiento típicos de una familia y de un grupo social en etapas muy tempranas.
Los estudios acerca de los aspectos más individualizados de la personalidad mues­tran también con claridad la operación de lo social. Todos coinciden en que la con­ciencia de sí, la autoestima, el conocimiento de sí mismo, se estructuran a partir de los juicios de los otros sobre el sí mismo, tal como los otros lo expresan o tal como el sujeto lo supone.
Es de importancia para el problema que nos ocupa reparar en dos hechos centra­les (uno de orden fenomenológico y otro de orden metodológico):
· Toda la socialización y la incidencia de lo social sobre la personalidad (que en sí es un producto social) pueden realizarse en los niveles de la inconciencia o de una conciencia apenas oscura. De hecho, el grado de individuación puede ser muy bajo en algunos grupos sociales y funcionar simplemente como conciencia de separa­ción yo-mundo precaria. Los niveles más altos de individuación, el conocimiento de sí a partir de una revi­sión crítica de los sistemas de referencia internalizados, sólo se alcanzan a través de procesos especiales que trataremos de precisar en el apartado que sigue. Los individuos de un grupo humano pueden nacer, crecer, madurar y morir absoluta­mente identificados con la realidad social y percibiéndola como la única realidad posible, como el orden natural de las cosas.
· Todo el proceso de incorporación del individuo a su mundo social se puede atribuir centralmente al aprendizaje si lo conceptualizamos desde una perspectiva amplia y consideramos que los procesos por los cuales se producen las transformaciones de la conducta pueden ser múltiples.
Consideremos ahora el problema en la segunda acepción trabajada para el térmi­no "institucional".
La definición de lo institucional, en alusión a los establecimientos, plantea el pro­blema en términos de la socialización del sujeto en la particular cultura del estableci­miento.
Es posible suponer que los procesos y los mecanismos internos que se ponen en juego son los mismos que para el caso de la socialización general. Sin embargo, debe­mos limitar la aplicación de los conceptos, pues para el caso de su incorporación a un establecimiento institucional cualquiera, el sujeto cuenta con una personalidad que regula y selecciona.
Esto significa retomar la hipótesis de la tensión, inevitable entre organización e individuo, y estar advertidos para encontrar en el proceso de inserción institucional los significados que dan cuenta de esta tensión. De hecho, la pertenencia entra a ve­ces en tal grado de incompatibilidad con las condiciones, los valores, y las expectati­vas del sujeto, que es abandonada.
Los establecimientos organizan en general sistemas destinados formalmente a la socialización de sus miembros (cursos de inducción, cursos de capacitación, reunio­nes de personal, etc.); no obstante, todas las evidencias tienden a mostrar que la or­ganización informal y la participación en la vida cotidiana institucional son las vías más fuertes de incorporación a la cultura institucional.
Para este caso también, en consecuencia, deberemos discriminar aquellos aprendizajes producto de las situaciones formales de formación y entrenamiento, de aque­llos otros que, a través de la vida cotidiana y el tipo de comunicación primaria ya mencionada, explican la adopción del estilo institucional a la manera de una verda­dera "marca".
Los aspectos no dichos de la vida instituida -los significados, las imágenes, los con­flictos-, reciben a un sujeto ingresante, marcándole límites a su comportamiento e induciendo la re vivencia de aspectos que determinan comportamientos deseados.
Posteriormente los sistemas y los mecanismos de control formal e informal obtie­nen la reducción de los niveles de desvío.
En síntesis
Podemos decir que los aspectos sociales pasan a formar parte de la personalidad de los sujetos a través de dos modalidades de aprendizaje:
la que se desarrolla en situaciones intencionales y especialmente preparadas para provocarlos (determinada técnica de crianza en el caso del bebé, determinado cur­so de capacitación en el caso del sujeto que ingresa a un trabajo...);la que se produce a partir de la mera interacción social y por la operación de un nivel de comunicación inconsciente, a través de la cual el sujeto capta significados y estructura imágenes desde las que percibe la realidad y selecciona las experien­cias que permitirá "entrar" en su repertorio.

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